¿El bioplástico es biodegradable?
Los bioplásticos se venden como alternativas ecológicas a los plásticos convencionales: no más aceite, en beneficio de materias primas vegetales (maíz, remolacha, caña de azúcar, etc.).
Sin embargo, los fabricantes juegan mucho en la materia prima vegetal, lo que hace pensar a los consumidores que una vez en el medio ambiente, el bioplástico se descompone por sí solo, mientras que estamos muy lejos!
Definición de bioplástico
Lo cierto es que no hay más que bioplásticos y, de momento, no existe una definición regulada.
Su punto en común es que el petróleo se sustituye por una fuente de origen vegetal: maíz, remolacha, caña de azúcar…
En los bioplásticos, después diferenciamos los que son biodegradables de los que no lo son. De hecho, un bioplástico no es necesariamente biodegradable. Es su estructura química la que le convierte en un polímero más o menos complejo de degradar.
Por ejemplo, entre los bioplásticos más comunes, el PET de base biológica o biobasada (polietileno), procedente de la fermentación de la glucosa de la caña de azúcar o la remolacha, comparte las mismas propiedades que el PET convencional de botellas de plástico. Y como su homólogo convencional, el PET de base biológica no es biodegradable. En el mejor de los casos, puede reciclarse.
Los bioplásticos, como la polilactida (PLA) y la policaprolactona (PCL), son biodegradables, pero sólo en determinadas condiciones.
La biodegradabilidad de los bioplásticos
Es muy relativo y en modo alguno invita a tirar tu botella al medio. Se deben cumplir determinadas condiciones para que el bioplástico sea efectivamente biodegradable:
- los elementos bioplásticos deben estar muy finamente triturados,
- las temperaturas óptimas están entre 30 °C y 50 °C para el PLAN,
- finalmente la descomposición es más eficiente anaeróbicamente, es decir, en un ambiente desprovisto de oxígeno.
Estas condiciones particulares permiten favorecer el crecimiento de bacterias específicas que degradarán el bioplástico.
Como habrá entendido, estamos muy lejos de lanzar una botella al compost familiar. Se trata de clasificar los bioplásticos, identificarlos y separarlos en un centro de selección, a fin de enviarlos a centros de compostaje industrial que cumplan la norma NF EN 13423:2000.
Sobriedad más que sustitución
¡Este es el mal de nuestro siglo! Nos alegramos delante de los bioplásticos ya que fomentamos todo lo eléctrico.
Porque nos da pánico los coches térmicos que, además de deteriorar la calidad del aire, generan gases de efecto invernadero y participan en el cambio climático. Nuestra solución es promocionar los coches eléctricos o, al menos, los híbridos. Al final, sólo cambiamos el problema. Los núcleos urbanos respiran en ausencia de combustión y los mineros arriesgan su vida en condiciones deplorables para buscar los minerales y tierras raras esenciales para las baterías eléctricas. Sin olvidar que la actividad minera es una de las más contaminantes para el medio ambiente.
Sin embargo, las asociaciones y colectivos de defensa del medio ambiente son más bien claros y unánimes. Primero debemos revisar nuestro comportamiento, fomentar la sobriedad en los usos, antes de encontrar una alternativa: “consumir menos, consumir mejor”.
Así, con los bioplásticos nos encontramos en una situación similar. No ofrecen ninguna solución, si sólo se trata de sustituir las cantidades de plástico convencional por tanto de bioplástico. Además, sin un proceso de tratamiento adecuado y sin clasificación aguas arriba, el bioplástico terminará en un vertedero o una incineradora como cualquier otro residuo.